Entrada de toros y caballos de Segorbe. Un espectáculo único en su género.
Nos encontramos ante la Fiesta de Interés Turístico Internacional más antigua declarada por el Ministerio de Turismo (2005), junto al Corpus Christi de Toledo. A este reconocimiento se suman los de Fiesta de Interés Turístico en 1985 y Bien de Interés Cultural Inmaterial en 2011 por la Generalitat Valenciana.
No está claro el origen exacto de esta celebración, aunque ya hay constancia escrita de su existencia en 1386 al sufragarse por las carnicerías cristianas y musulmanas de Segorbe. En un principio parece que esta fiesta está vinculada a la trashumancia y a los nobles.
La entrada de toros y caballos (bous i cavalls) tiene lugar en la semana del 9 de septiembre, de lunes a domingo, y es el acto más importante de las celebraciones. Dos notas le diferencian claramente de otros festejos; la destreza de los jinetes que dirigen a los toros durante el trayecto, e impiden cualquier huida de los astados, y la ausencia de un vallado o barrera para proteger al público en toda la carrera.
Monumento
Sin duda, es todo un espectáculo ver correr a toda velocidad a los toros bravos y los caballos por la calle Colón en el minuto que dura aproximadamente su entrada en Segorbe por el riesgo y muchas emociones que se sienten en esos momentos. Tan importante es este acontecimiento, que en honor a la entrada se erige un monumento en la plaza Obispo Ahedo, obra del escultor Manuel Rodríguez Vázquez e inaugurada el 8 de septiembre de 1981.
La carrera
La jornada festiva da comienzo, cada día, a las once de la mañana con la salida de los animales del corral que se encuentra cerca de la pedanía de Peñalba, a lado del río Palancia. Los pastores son los encargados de abrir las puertas. Posteriormente tiene lugar la Tria o selección de los astados que protagonizarán la carrera de la tarde. A la una son conducidos a pie por el camino del Rialé, que sube hasta la plaza del Ángel, y después a la calle Argén y Plaza de los Mesones, junto al acueducto.
La calle Colón es ya un hervidero de gente, con las cámaras de las televisiones local y autonómica preparadas para retransmitir el acontecimiento en directo. Es entonces cuando los caballistas hacen acto de presencia.
El sonido de las campanas de la Catedral y el lanzamiento de un cohete anuncia el comienzo de la carrera a lo largo de la calle Colón, a lo largo de la cual los toros y caballos avanzan como una exhalación en medio de una multitud entusiasmada, que se retira a su paso. Seis toros bravos, trece jinetes a lomos de sus caballos, con vara de latonero en sus manos, y medio kilómetro de distancia son los encargados de disparar la adrenalina. Todo acaba en la plaza de la Cueva Santa, donde los caballistas dejan a los toros en un recinto vallado e inician el trayecto de vuelta a la Plaza de los Mesones. Lo hacen recreándose en la suerte y dejándose querer por el público, que les ovaciona en reconocimiento a su pericia y valor.